Estos días, el príncipe Andrés de Inglaterra (palacio de Buckingham, Londres, 65 años) pasa el tiempo jugando al golf, montando a caballo, viendo vídeos sobre aviación o leyendo novela negra. Como un jubilado dichoso, si no fuera porque un nuevo libro, situado ya entre los más vendidos, ha vuelto a poner sobre la mesa que el hijo favorito de la difunta Isabel II sigue siendo el problema no resuelto de la familia real británica.