Nunca es buen momento para separarse en las relaciones largas con hijos. Sobre todo, cuando nada obliga a nadie a querer salir por piernas y no sabe una, o uno, si da más vértigo irse de casa o hastío quedarse en ella. Cuando no es Nochebuena es Navidad, o Semana Santa, o el cumpleaños de un crío, multiplicado por el número de crías de la prole, o se ha puesto malo de ingresarse un abuelo y cómo vas a ser tan descastado de darle ese disgusto en el lecho del dolor al viejo. Luego, casi siempre, se pasan los turrones y las torrijas y las tartas, y ni se muere padre ni cenamos, ni te separas ni te arreglas, y vuelves a las mismas. Puta ley de vida.