
El 18 de septiembre de 1925, en un Chile marcado por convulsiones sociales e intervenciones militares, Arturo Alessandri Palma, regresado del exilio a terminar su mandato, promulgó una nueva Constitución. El país se hallaba entonces en una profunda crisis social y política. Las clases medias, que lentamente se habían venido formando al alero de la expansión de la educación y del Estado, presionaban por mayor protagonismo social y el mundo obrero, que ya acumulaba dos décadas de grandes huelgas, muchas de ellas convertidas en masacres, incrementaba sus niveles de organización y el alcance de sus demandas. El orden oligárquico se descomponía sin ser reemplazado completamente por un proyecto alternativo. Eso tomaría su tiempo.