En el altiplano guatemalteco, una mujer se sienta frente a su telar de cintura al amanecer. Sus manos repiten un gesto que ha cruzado generaciones. A su lado, en una caja de plástico, guarda trozos de telas antiguas: fragmentos de huipiles heredados, bordados que ya no usa, pero que se niega a tirar. “Una chica me dijo que aún sentía las manos de su madre sobre las suyas cuando tejía. Esa es la espiritualidad que hay detrás del tejido”, cuenta Joyce Bennett, una antropóloga estadounidense que ha entrevistado a más de 130 tejedoras mayas, en un intercambio de correos electrónicos.