Mi coartada para empezar a ver El verano en que me enamoré fueron los paisajes. Débil, lo sé. Tras unas idílicas vacaciones en familia en Cape Cod (Massachusetts), —donde está inspirada la ficticia Cousin’s Beach, aunque se rodó en Carolina del Norte— volví a Madrid, sola, a trabajar a 40 grados. Qué podía tener de malo regresar un ratito al elegante escenario de casas de madera pintada, perfectos setos de hortensias, amplias playas atlánticas… Y gente tan guapa con la cara lavada, tan rica, tan flaca. Volar por las noches a la tierra prometida del Ozempic, a la América blanca que no es trash, vota demócrata y juega al lacrosse. Donde todo es tan elegantemente casual y aparentemente fácil que fijo que en cada sótano hay un psicópata.