Poco antes del comienzo del partido entre Haití y Nicaragua, el vestuario de los haitianos se convierte en una sala hermética. Es un encuentro clave para que su selección regrese a un Mundial de fútbol tras más de cinco décadas, y todos son conscientes de ello. El 9 haitiano, Duckens Nazon, toma la palabra y da uno de esos discursos emocionantes, de los que ponen la piel de gallina: “Hay gente que no tiene nada en sus bolsillos, que cuenta con nosotros. Podemos hacerles sonreír, hacerles llorar de alegría. Démosles eso, como mínimo. No tienen nada, chicos”. La violencia y la inestabilidad política que azotan a Haití obligan a que los partidos de su selección se jueguen en su mayoría en Curazão, una pequeña isla ubicada a unos 800 kilómetros de Puerto Príncipe. Es ahí, en el modesto estadio neutral de Ergilio Hato, donde el pasado martes la selección caribeña logró dar una bocanada de aliento a la cruda realidad que viven los haitianos. Dos goles que se convirtieron en el pase al Mundial de 2026.
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